13 de junio de 2011

Latidos bajo tierra

Los ojos grises de la mujer eran vidriosos, salpicados de algo, como las ventanas cuando llueve. Su mirada. Yo bajaba al mundo subterráneo y la encontré, sentada en la escalera vestida con ropas viejas y sucias, sosteniendo una lata en su mano.
Esperando.
Las personas vamos y venimos, nos movemos como vientos huracanados por las calles transitadas, sostenemos un gran mundo de ideas en nuestra cabeza, nos ocupamos de muchos asuntos. Ausentes en corazón, presentes en la razón. Entendemos que la vida se trata de esto, de llegar a algo, de ser algo, de tener algo. ¿Y cuándo decimos basta? ¿Cuándo llegamos a entender que no se trata de algo?

Se trata de alguien.

Estemos donde estemos, siempre hay una persona, que piensa, que necesita, que sufre, que cree. Nuestros golpes lastiman, nuestras palabras bailan en el aire y llegan, nuestras miradas son fotografiadas por el alma ajena. Nuestros actos generan, y los que no cometemos, nos cuestionan.

El tiempo que pasamos ocupados en acciones que solo nos benefician a nosotros es el mismo que tarda un suspiro en llevarse la ilusión de miles de personas, que hoy están afuera sufriendo frío, abandono, tristeza, desolación.

Yo tomé el subte y salí otra vez a seguir con mi rutina. La mujer sigue esperando, bajo tierra. Su lata, vacía, me sigue cuestionando.