24 de enero de 2013

El que nos llama es fiel y cumplirá

¿Alguna vez sentiste que las promesas de Dios tardaban en cumplirse? Los síntomas suelen ser impaciencia, dudas, ansiedad. En esos momentos las largas oraciones que hacemos se convierten en un monólogo sobre nuestra necesidad de que Dios actúe, y lo más gracioso es que esperamos que obre como nosotros imaginamos que sería la forma correcta.

Al recibir una palabra del Señor, podemos optar por creerle o ignorar su voz, lo cual nos libraría de aceptar un compromiso. Posiblemente la última opción resulte a primera vista la más fácil, el tema es que si no estamos haciendo lo que Dios nos destinó a ser, es probable que terminemos sintiendo que falta algo en nuestras vidas. Y una de las formas más hermosas de servir a Dios es sirviéndole como nadie más podrá hacerlo: siendo nosotros mismos. Nunca va a existir otra persona igual a nosotros, que esté en ese momento justo en ese lugar.

Encuentro que muchas veces la cuestión de esperar el cumplimiento de una promesa tiene que ver con nuestra fe y conocimiento de Dios, y de nosotros mismos. A veces, basta con una palabra de una persona para que pongamos en duda un llamado de Dios. Pero la clave está en que sea Dios el que nos hable y no un ser humano, ni siquiera nosotros mismos. Porque aún teniendo buenas intenciones, querer hacer algo para lo que no fuimos llamados sería un error. El Espíritu Santo nos dio distintos dones, los cuales son de mucha bendición cuando los administramos bien. Tal vez nuestro don no sea el más llamativo o elogiado, pero sin duda Dios ve la intención y prueba nuestra fidelidad. Y su balanza es muy distinta a la que usamos los hombres. Su balanza pesa los espíritus y discierne cada rincón de nuestra alma. Cuando pasamos tiempo a solas con nuestro creador, podemos confirmar que si El nos llama, es fiel, provee las herramientas, y abre las puertas necesarias.

Sin duda, sus tiempos son muy diferentes a los nuestros. La inmediatez encajaría perfecto en nuestro sistema mental. Pero imaginemos que queremos pintar un paisaje. No podemos simplemente tirar manchones de pintura. Debemos ser detallistas, cuidar cada borde, trabajar la perspectiva, las luces, las sombras. Un buen resultado lleva tiempo y dedicación y las cosas que crecen de golpe, justamente nos pueden dar muchos golpes. Así que podemos ver el tiempo como algo positivo: cuánto más tiempo tarde algo en cumplirse, estaremos más preparados, si somos fieles. Además, recordemos que Dios nunca llega tarde, y tampoco llega temprano. Eso nos da la suficiente confianza como para esperar en El, y saber que de apresurar las cosas, o retrasarlas, estaríamos fuera de su voluntad.

¿Habrá momentos de pruebas? Sí, y nos podemos gloriar en ellas. ¿Habrá momentos de soledad? Sí, y nuestro carácter se va a fortalecer en Su disciplina. ¿Habrá críticas? Seguramente. Nunca vamos a poder agradar a todo el mundo, y de hecho no debiéramos querer agradar a los hombres. Si  nuestro trabajo es para el Señor, El va delante y se va a encargar de darnos el favor necesario para seguir avanzando, hasta donde Él lo permita.

Otro punto importante de por qué podemos confiar en Dios es que El, a diferencia nuestra, nunca cambia. Tal vez estas sean verdades obvias. Pero por un momento detenete a pensar en esto: El no cambia. Eso significa que si dice algo, es porque así va a ser. Si dice que nos ama, es así. Si dice que odia el pecado, también es así. Y si Dios es Santo, fue santo ayer, lo es hoy y lo va a ser por siempre.

Con el tiempo tendemos a armarnos un Dios a nuestra medida. Si hicimos las cosas mal, queremos evitar las consecuencias y entonces clamamos por un Dios compasivo. Pero el Señor no deja de ser misericordioso cuando sufrimos por nuestras decisiones, El está ahí. A lo largo de la Biblia vimos como una y otra vez, los errores le enseñaron a las personas a volverse a Dios, a reconocer su debilidad. Eso nos muestra que afrontando las consecuencias nos va a ir mucho mejor, que huyendo de las responsabilidades que nos tocan, o poniendo nuestras propias excusas para justificarnos.

Nunca dejemos que las promesas que el Señor nos dio queden guardadas en un cajón. Hay muchísimas en la Biblia para sus hijos, y cada día podemos apropiarnos de una. Y si Dios te dio una personal, a su tiempo la cumplirá, en el momento correcto. ¿Recordás la promesa que nos hizo Dios luego del diluvio? Tal vez no siempre veamos un arco iris o una señal que nos recuerde que Dios es fiel. Pero cuando lo veamos, disfrutémoslo, y cuando el ánimo y las fuerzas empiecen a caer, abracemos la fe hasta ver la luz. Porque ciertamente vendrá.

Nunca tarde, nunca temprano. Dios llega en el momento justo.

"Mi alianza con ustedes no cambiará: no volveré a destruir a los hombres y animales con un diluvio. Ya no volverá a haber otro diluvio que destruya la tierra. Esta es la señal de la alianza que para siempre hago con ustedes y con todos los animales: he puesto mi arco iris en las nubes, y servirá como señal de la alianza que hago con la tierra". Génesis 9:11-13

18 de enero de 2013


La cabeza agachada. El hambre gritando. Las ropas viejas, sucias, llenas de excremento humano, el suyo. Una y otra vez, los insultos, tan cerca del oído, susurros en la mente. ¿Dónde está tu Jesús de amor ahora?. Una cachetada seca. Alrededor de él, en una pieza oscura los torturadores discuten como hacer para quebrantar la voluntad de ese hombre común, que hace días permanece encerrado en una habitación fría, donde el espacio apenas le alcanza para sentarse. ¿Será un hombre común? Empiezan por sacarle las uñas de a una, lentamente, exigiéndole que niegue que Jesús es la verdad. Las lágrimas recorren su mejilla, su esposa y sus tres hijos están afuera y no los puede cuidar. Hace dos meses que el pastor de esta comunidad en Eritrea está preso, junto con él también cayeron otros de la iglesia clandestina. En su mente vienen las imagenes del fuego de 1996, cuando el gobierno ordenó quemar las Biblias, y la situación no iba a mejorar con el paso de los años. Ahí frente a sus torturadores su Espíritu cobra fuerzas, Dios está con El No temas a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matar. Su corazón se debilita cada vez más, el dolor es demasiado insoportable, los golpes no cesan. Su fe empieza a aumentar, una sonrisa de dibuja en su rostro. Mira con amor a sus torturadores. El hogar celestial está cerca.

Issaías Afewerki, presidente de Eritrea
 En este territorio al norte africano, si bien en años anteriores hubo ofensivas contra las religiones, desde el año 2002 ser cristiano es sinónimo de ser un criminal, un alterador del orden público. Allí coexisten la religión cristiana y musulmana, y el gobierno, que adoptó la ideología marxista durante la lucha por la independencia, hoy persigue tanto a los que practican el Islam como a los que creen en Jesús como el hijo de Dios. Muchos eritreos optaron por huir del país, entrar en Egipto para cruzar la frontera con Israel, otros murieron mientras se resistían, otros permanecen ahora encarcelados injustamente. ¿Por qué no es algo que repercuta internacionalmente? Eritrea es un país muy pobre y de poca población relativamente como para cambiar el mapa geopolítico. Las decisiones que se tomen allí no involucran a grandes potencias políticas ni económicas. Según un artículo publicado en el sitio Afrol News en 2010, Eritrea está a punto de convertirse en un "Estado fallido". La guerra por independizarse de Etiopía que se libró entre 1998 y el año 2000 dejó severas consecuencias tanto políticas como económicas. Sin embargo, el gobierno, que preside Issaías Afewerki desde 1993, se establece en una dictadura que persigue a las minorías religiosas y ostenta un totalitarismo, a pesar del deterioro notable del ejército eritreo.
La ONG Open Doors (Puertas Abiertas) presentó recientemente un informe en el cual se establece la lista de los países con mayor persecución (la World Watch List 2013). En este informe, Eritrea se sitúa dentro de los países con niveles de persecución "extremadamente altos", junto con Myanmar, Kenia y Egipto.

¿En qué nos puede afectar esta situación? A miles de kilómetros, nos separa un mar. Pero lo más terrible tal vez no sean las aguas profundas, tal vez no sea la imposibilidad de llegar allá, de cambiar un gobierno despótico, de liberar a aquellos que no pueden ver la luz del sol. Tal vez todos esos impedimentos sean solo las razones para alcanzar a nuestros hermanos en la fe. No sabemos sus nombres, no sabemos su situación específica. ¿estarán pasando hambre o llorando a algún familiar? ¿tendrán con qué alimentar a sus hijos? ¿estarán perdiendo su fe? Lo que hoy sabemos es que no es fácil seguir a Jesús para estas personas, y sabemos que orando podemos acompañarlos. Tal vez lo único que nos puede separar en realidad, es el mar de la indiferencia. ¿Estaremos dispuestos a cruzarlo?