La cabeza agachada. El hambre gritando. Las ropas viejas, sucias, llenas de excremento humano, el suyo. Una y otra vez, los insultos, tan cerca del oído, susurros en la mente. ¿Dónde está tu Jesús de amor ahora?. Una cachetada seca. Alrededor de él, en una pieza oscura los torturadores discuten como hacer para quebrantar la voluntad de ese hombre común, que hace días permanece encerrado en una habitación fría, donde el espacio apenas le alcanza para sentarse. ¿Será un hombre común? Empiezan por sacarle las uñas de a una, lentamente, exigiéndole que niegue que Jesús es la verdad. Las lágrimas recorren su mejilla, su esposa y sus tres hijos están afuera y no los puede cuidar. Hace dos meses que el pastor de esta comunidad en Eritrea está preso, junto con él también cayeron otros de la iglesia clandestina. En su mente vienen las imagenes del fuego de 1996, cuando el gobierno ordenó quemar las Biblias, y la situación no iba a mejorar con el paso de los años. Ahí frente a sus torturadores su Espíritu cobra fuerzas, Dios está con El No temas a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matar. Su corazón se debilita cada vez más, el dolor es demasiado insoportable, los golpes no cesan. Su fe empieza a aumentar, una sonrisa de dibuja en su rostro. Mira con amor a sus torturadores. El hogar celestial está cerca.
Issaías Afewerki, presidente de Eritrea |
La ONG Open Doors (Puertas Abiertas) presentó recientemente un informe en el cual se establece la lista de los países con mayor persecución (la World Watch List 2013). En este informe, Eritrea se sitúa dentro de los países con niveles de persecución "extremadamente altos", junto con Myanmar, Kenia y Egipto.
¿En qué nos puede afectar esta situación? A miles de kilómetros, nos separa un mar. Pero lo más terrible tal vez no sean las aguas profundas, tal vez no sea la imposibilidad de llegar allá, de cambiar un gobierno despótico, de liberar a aquellos que no pueden ver la luz del sol. Tal vez todos esos impedimentos sean solo las razones para alcanzar a nuestros hermanos en la fe. No sabemos sus nombres, no sabemos su situación específica. ¿estarán pasando hambre o llorando a algún familiar? ¿tendrán con qué alimentar a sus hijos? ¿estarán perdiendo su fe? Lo que hoy sabemos es que no es fácil seguir a Jesús para estas personas, y sabemos que orando podemos acompañarlos. Tal vez lo único que nos puede separar en realidad, es el mar de la indiferencia. ¿Estaremos dispuestos a cruzarlo?
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