8 de febrero de 2010

Viajes intraurbanos

Hoy me puse a pensar en que hace mucho tiempo que vengo pensando. Pienso cosas que no escribo, cosas que solo encuentran vida en mi mente. Tal vez porque dejarlas por escrito sería inmortalizarlas en la hoja, y algunas ideas solo sirven muertas.

Tengo mis momentos de mayor verborragia muda mientras viajo, monólogos dialogales entre mi conciencia y mi inconciencia. Me pregunto a dónde irá toda la gente cuyas caras veo por quince minutos o media hora. Me intriga. No es que no tenga algo mejor para pensar, es que eso me resulta algo realmente bueno. Son caras que si no son conocidas, cuando las vuelva cruzar, si logro retener la imagen, serán conocidas.

El tiempo que uno pasa en el subte, en el colectivo o en el tren se vuelve eterno. ¿El reloj camina más lento? No, simplemente es otro tiempo. Uno siente que no es parte del mundo inmóvil, uno va en una dirección, y siente que los demás también. Desde el colectivo la gente que camina por la calle se vuelve vulnerable a los ojos pasajeros. Uno es testigo de hechos, y tiene la capacidad de no ser descubierto, (a menos que haya un cruce de miradas entre el transeúnte y el pasajero), de todos modos eso dura el instante que el colectivo permanece en la parada, en el semáforo o en marcha lenta, y uno luego “huye” con esa información para perderse en la nada. En el subte la situación se vuelve un poco más relajada, ya no hay ojos observadores y observados, salvo en las estaciones cuando miramos a los que esperan el subte de la dirección opuesta. La línea B siempre me pareció especial y distinta de las otras, pero es solo una apreciación mía. Me entretengo mirando a las personas que tengo frente a mí, diferente al colectivo, donde mi visión es más acotada a menos que me siente en los últimos asientos, entonces me divierte observar los tipos de cabello o en su defecto, los tipos sin cabello. A veces cuando me asomo a ver si viene la lombriz roja, veo las dos luces como una o como lo que son; otras veces veo todo oscuro, y eso me transmite cierta soledad. La línea C me pone más nerviosa, porque todos tenemos que tomarla para combinar con los otros subtes o tomar algún colectivo. Todos vamos apurados, todos nos empujamos, y eso está bien! No es necesario pedir perdón, después de todo somos solo cuerpos con prisa, una necesidad sanitaria desplazada a los pies, un instinto casi animal.

Otra situación con respecto a mis viajes intraurbanos tiene que ver con la espera. La interminable espera de que aparezca el colectivo. Verlo venir a lo lejos, preparar las monedas y que al ponerlas falten cinco centavos. Poner de mal humor al chofer y a las personas detrás mío. Casi rutinario que a una cuadra lo vea venir, que lo corra y se vaya mientras aminoro la velocidad para resignarme y sentarme a esperar el siguiente.
El tren es una historia aparte. No es un mundo subterráneo pero tampoco superficial. No está en las calles, tiene su propia vía, y esto lo hace único. Por otra parte sin las vías no sería tren, serían vagones muertos, sin movimiento. Vías y tren se encuentra en una relación de dependencia para su significación. El eje de abscisas se desplaza en dirección Constitución y el de ordenadas lleva a los pasajeros, que pueden encontrarse muchas veces sin coordenada alguna, perdidos en algún punto. Viajar en tren me trae sentimientos mezclados. Las caras generalmente son más expresivas, y a esto no le encuentro explicación. Si los asientos se encuentran enfrentados uno se encuentra mirando a los ojos a alguien y se inhibe cuando es descubierto. Si los asientos están de a dos uno prefiere el de uno, pero sabe que pronto subirá algún anciano o mujer embarazada, o cargando un niño.

No es nada fácil decidir donde pararse al entrar al tren, uno mira que caras pueden viajar hasta constitución o se bajarán en lanús o Banfield. Y que feo se cuando se levanta el del asiento a un metro, entonces hay de los que miran si hay alguna anciana para dárselo y cuando vuelve a sentarse otro ya ocupó el lugar. Nadie pregunta, la agilidad es un requisito para la supervivencia. No mirar a los ojos, sentarse y poner cara de agotado es la clave. “merezco este asiento”. Muchas veces me he encontrado al borde de un desmayo, tener muchos hombres sentados en los asientos y tener vergüenza de pedirlo. Esa es otra cuestión que me desvela: como harán los hombres para estar siempre sentados? Es increíble, que la mayoría parada sean mujeres. Y lo más impresionante es que pretenden conquistarte mirándote. ¡Hombres! Conseguirían más ofreciendo un asiento, pero la comodidad también es una característica humana: conseguir todo sin dejar mucho. Así una se resigna a ser objeto de observación y mirar por la ventana sin pretender demasiado de los demás.

El mal humor también reina bastante, sobre todo en horas tempranas y en las que uno se siente vaca al matadero. Empujones, incluso sacudidas, golpes para entrar y la posterior pared humana que rodea a uno. Frente a la puerta se forma un gran bloque humano, donde uno termina en las posiciones más contorsionadas, y lucha por ubicar sus pies de manera de no perder el equilibrio. No se que les pasará a los hombres, pero la mujer tiene un problema mayor: cuidar su parte trasera y delantera para no salir embarazada. Dicho así suena fuerte, y lo es. Es que viajar en tren es una experiencia para gente fuerte, gente que soporta el ruido fuerte, gente que a veces no tiene de donde agarrarse fuerte.

Como sea, viajar en el transporte público es una mezcla de sensaciones, pero más que nada es una lucha por la supervivencia.

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