27 de noviembre de 2010

Observaciones en un mundo que absorbe

¿Será que el mundo nos envuelve en telas de colores? Nos marea, nos viste a su moda. Entre tanto movimiento resulta una tarea ardua detenerse en lo importante.
¿Cuántas veces estamos tan ocupados en nuestros propios asuntos que olvidamos demostrar algún tipo de característica humana? La tecnología nos rodea, pero no por eso debemos manejarnos por señales categóricas y esperar que un mismo estímulo genere reacciones en cadena; la teoría conductista no funciona del todo en un mundo de sensaciones vibrantes, cambios repentinos e individuos atomizados de vez en cuando.

Nos hemos acostumbrado a que los procesos son internos y a ver el resultado inmediato, pero eso solo pasa en las computadoras; "el click" en el ser humano lleva más tiempo, y rara vez es cuestión de microsegundos. Sería exagerado afirmar que la tecnología moldea nuestra vida, sin embargo, me parece acertado admitir que tiene una influencia notable.
A veces me pregunto cómo hacían, hace no tantos años, cuando uno no podía avisar a qué hora iba a llegar, o si surgía algún percance en el camino y el ser querido estaba a la espera. ¿La preocupación por el otro aumentaba? Tenía algo de mágico. El temor no era temor, nos recordaba implícitamente que amábamos al otro.

Hoy hay pocos lugares libres de palabras, palabras que bien podrían no decirse por su poca relevancia. Es posible que el hecho de que existan tantas formas de comunicarnos nos hagan creer que siempre tenemos algo para decir, cuando en realidad, no es así. Hablamos demasiado a veces, y este mundo necesita más acción. Y pienso, el misterio tenía algo de comunicativo, en su silencio era el puente entre el tiempo y la llegada. Era suponer y valorar, más.

La ciencia avanza cada día, nos deslumbra con nuevos inventos acorde a nuestras necesidades. Pero continua sin convencerme, me sigue dejando un estado de vacío, que no lo puede llenar un aparato que haga ejercicio por mí, porque resulta que a veces no hay un "slender shaper" emocional, debemos nosotros mover un poco el corazón y mirar a nuestro alrededor; ni siquiera la seguridad de que nuestro mundo, o al menos el rutinario, está en manos de grandes letrados y estudiosos que velan por el futuro mundial me da tranquilidad. Lejos de eso, me aterra un poco. Siento que todo esta farandulería, nos distrae bastante. Cuando bajo las escaleras del subte y veo a una mujer pidiendo con su niño en brazos, me pregunto ¿Qué estoy haciendo para cambiar algo? Hablar. Y eso generaría un cambio si en vez de decir solo vanidades, me tomara cinco minutos de mi "agetreada" vida para escuchar, las voces de las personas que no tienen nadie que las escuche. O mejor dicho, las escuchan, pero... ¿alguien les responde?

Es curioso, muchas veces pensamos que el Estado debe encargarse de esas personas, porque suena algo tan abstracto y liberador. "El Estado". "Esas personas". ¿Quiénes son? No sabemos sus nombres, por qué están viviendo en la calle, si tienen sed, si tienen hambre. Pero otra vez viene arremetiendo con todo la justificación social "soy un ciudadano que pago mis impuestos, que no hago mal a nadie, soy honesto en mi trabajo." Pero... sin afectar ninguna suscpetibilidad, (porque creo que esto es más bien una autocrítica) ¿todo eso es suficiente?

La 9 de julio me brinda un panorama tan hostil en ese sentido, cada persona inmersa en su mundo, hablando por celular (otro submundo), ignorando que, realmente una sonrisa puede alegrar un día; un "perdón", puede generar otra sonrisa; y un "por favor", puede abrir muchas puertas. Y si lo pensamos, no son tantas palabras... pero creo que estas sí, valen la pena.

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