18 de diciembre de 2010

Los que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría. Salmos 126:5

Llevar fruto en medio de la aflicción pareciera una paradoja difícil de creer. Muchas veces queremos acelerar el proceso, porque no ver, o ver ciertas cosas, puede resultar exasperante. En estos días estoy leyendo el libro "Ama a Dios con toda tu mente" de Elizabeth George, y "31 días de alabanza" de Ruth Myers. Ambos libros me demuestran que:

primero: no soy la única en este planeta que está pasando un momento de incertidumbre.
segundo: hubo gente que escribió libros sobre este asunto, así que debe ser algo común en el ser humano.
tercero: todas las estadísticas y ejemplos bíblicos muestran que algún día se llega a ver, algo!

En fín, el plan de Dios puede resultar un enigma en algunas circunstancias, el tema es que justamente, las circunstancias no determinan cómo es el plan de Dios; sino que el plan de Dios determina qué circunstancias debemos vivir para que ese "futuro lleno de esperanza", del que habla Jeremías 29:11, sea visible a Su tiempo.
He experimentado en estos días toda clase de sensación, de pensamiento y llegué a una sola verdad: ninguna palabra que no venga del corazón de Dios, puede hacerme feliz.
Meditando en el Salmo 119, encontré una expresión frecuente a lo largo de los 176 versículos:

vs. 14: Me alegraré en el camino de tus mandatos, más que en todas las riquezas.
vs. 35: Llévame por el camino de tus mandamientos, pues en él está mi felicidad.
vs. 46: Hablaré de tus mandatos ante los reyes y no sentiré vergüenza. Pues amo tus mandamientos y me alegro en ellos.
vs. 50: Este es mi consuelo en la tristeza: que con tus promesas me das vida.
vs. 77: Muéstrame tu ternura, y hazme vivir, pues me siento feliz con tu enseñanza.
vs. 92: Si tu enseñanza no me trajera alegría, la tristeza habría acabado conmigo.
vs. 103: Tu promesa es más dulce a mi paladar que la miel a mi boca.
vs. 111: Mi herencia eterna son tus mandatos, porque ellos me alegran el corazón.
vs. 143: Me he visto angustiado y en aprietos, pero tus mandatos me alegraron.
vs. 165: Los que aman tu enseñanza gozan de mucha paz, y nada los hace caer.

Entiendo al leer esto que la verdadera alegría en los momentos de angustia es obedecer Su palabra. Amarla. Al punto de amar la enseñanza de Dios. "Me hizo bien haber sido humillado, pues así aprendí tus leyes. Para mí vale más la enseñanza de tus labios, que miles de monedas de oro y plata." Las lecciones de Dios muchas veces implican humillación y dolor, pero valen más que el oro y la plata. ¿Cuántas veces valoramos más lo material que lo que Dios quiere enseñarnos cada día?

Amar Su palabra, es también amar Sus promesas, porque: "Tu promesa ha pasado las más duras pruebas; por eso la ama este siervo tuyo". (119:140)

Podemos ver que en verdad no hay circunstancia que anule las promesas de Dios, primero la promesa de que si le amamos y le reconocemos como único Dios y Salvador, somos llamados sus hijos. Como hijos tenemos la promesa de vivir un día con él, y en la tierra tenemos la capacidad dada por su Espíritu de administrar los bienes de los cuales él es propietario: básicamente toda la tierra. Algún día Dios nos pedirá cuentas de lo que hicimos con nuestro tiempo, nuestros dones, nuestros momentos de dificultad.

"Aunque lloren mientras llevan el saco de semilla, volverán cantando de alegría, con manojos de trigo entre los brazos". (Salmos 126:6)

A veces podemos sentirnos así, como si estuvieramos tirando semillas casi sin fuerzas, mientras lloramos, mientras no entendemos. Pero podemos confiar en esta hermosa promesa, y mientras vamos, seguimos por fe, seguimos sin miedo, porque ninguna semilla da fruto al instante, pero si el árbol es bueno, el fruto también, y entonces vale la pena esperar para saciarnos de esa cosecha abundante. Y así será!

Que toda la gloria sea para Dios! Amén.

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